En el tercer milenio, las nuevas tecnologías de la información contribuyen a divulgar sus efectos curativos, promoviendo un nuevo concepto del agua como bien patrimonial.
Desde la Antigüedad, el aprovechamiento del agua termal para curar toda clase de enfermedades y dolencias ha sido una constante; sin embargo, no fue hasta la civilización romana, según se desprende de los hallazgos arqueológicos y monumentos arquitectónicos, cuando se inició la explotación racional de estos manantiales. En el tercer milenio, las nuevas tecnologías de la información contribuyen a divulgar sus efectos curativos, promoviendo un nuevo concepto del agua como bien patrimonial.
Toda una cultura del agua al servicio de la salud.
Pero antes, consideramos importante, una introducción acerca de la transcendencia y significación que tenían los baños en los mundos griego y romano. Toda una cultura del agua al servicio de la salud.
Para el gran Galeno (129-199) tras los pasos del venerable Hipócrates (469-399 a. de J.C.) no había nada más purificador que un baño en todos los elementos de la naturaleza, combinando lo frío y lo caliente; y con ello, los básicos factores del cosmos: tierra, agua, aire y fuego. Los masajes y fricciones con jabones, perfumes, ungüentos y aceites, cada cual en su momento, complementaban el efecto del agua y ayudaban a conseguir los efectos previstos.
Los antiguos griegos y romanos, muy amantes de la higiene y aficionados a los masajes perfumados, acudían a la isla de Ischia buscando remedio para sus males. El emperador Augusto (29 a. de J.C.) cambió la isla de Capri, de la cual era propietario, por esta otra, más grande y fértil. Aún hoy, Lacco Ameno, país del perfumista Ursione, sigue siendo el centro de la balneoterapia volcánica, contando con once manantiales diferentes de aguas terapéuticas que poseen distintas propiedades biominerales. Precisamente esta acción terapéutica de las aguas depende de su temperatura, presión, composición química, radioactividad, flora bacteriana y gases disueltos.
Entre los romanos la afición por los baños superó con creces a la de los griegos, creando infinidad de termas, las más importantes durante los mandatos de Nerón y Vespasiano. Además podemos admirar la grandiosidad de las termas de Caracalla, capaces para 3.000 personas y las de Pompeya.
Las aguas mineromedicinales eran consideradas como una expresión de poder sobrenatural de los dioses y sus termas, lugares de culto. Los dos grandes santuarios como Epidauro y Delfos, además de sanatorios –lugares con propiedades terapéuticas dadas sus características– eran centros religiosos donde la curación era una consecuencia de una actitud de fe y de esperanza, un pacto entre el hombre y la naturaleza.
Fue Grecia quien, con sus teorías filosóficas y médicas, convirtió el hecho primario y universal de los simples baños en el mar, en el río, lago o estanque -común en todas las culturas- en una compleja técnica que requería hasta edificios especiales. Sin embargo, fue el papel de Roma y de su ingeniería, quien ofreció a esas instalaciones una versión más completa y definitiva, y legó con variantes a todas las culturas que se aproximaron y la sustituyeron, desde árabes a turcos hasta rusos o finlandeses.
Si a través de la historia descubrimos el significado del agua como recurso saludable y terapéutico, hoy las sociedades modernas que conocen su importancia para la vida y como reto para el desarrollo sostenible y medioambiental de nuestro Planeta y en general para la Humanidad, se esmeran en protegerla como un bien patrimonial. Y lo hacen utilizando la red de las autopistas de la información (Internet) como imagen no solo de modernidad sino de desafío. No en vano, Internet es un medio que muta muy deprisa, al mismo ritmo que la tecnología informática.
Tener presencia en la Red es saber comunicar, una labor de equipo en constante evolución para el sector turístico-patrimonial.
Mayte Suárez Santos (Editora)